sábado, 26 de mayo de 2007

Metáforas del lunar conyugal

Prólogo a Metáforas del lunar conyugal
Luis Benítez





Seguramente este libro de Vanesa Guerra desconcertará a los bien pensantes de la letra argentina, lo cual no es poco mérito -aunque no el mayor de la obra -habida cuenta de lo obedientes que son tantos textos de última producción. Desde aquellos lejanos tiempos -apenas estamos hablando de los 70- en que era la norma intentar matar a los padres y, por lo menos, ultrajar a los abuelos (como lo habían hecho los tatarabuelos, por otra parte...) en general, prima el respeto por lo establecido: otra norma.
Metáforas del lunar conyugal desarma al lector convencional y lo obliga a situarse en una punta menos cómoda de la silla. Las narraciones de Guerra, traspasada por el apellido, no dejarán en paz a quien las lea hasta que admita, de buen o mal grado, que está ante una escritora que sabe muy bien lo que quiere decir, sin aspirar a esa ilusión de lo unívoco que tranquiliza a tantos ingenuos dactilógrafos. También, para gloria de la autora, puede a su libro esperarle el honor de las llamas.
Lo que sí es seguro, es que nadie puede permanecer indiferente frente a un estilo delicioso que no se propone la irreverencia sino el cachetazo bien dado. Ante una escritora que despliega las artes de la escritura al servicio de mostrar lo obsceno que tiene la vida misma. Recordando que obsceno proviene del concepto que definía en el antiguo teatro grigo a aquello que no tenía que ser mostrado ante el público: los actores -los farsantes, sinónimo olvidado por el exceso de uso de una de las acepciones- disfrazándose de dioses, las putas de matronas adocenadas, los ladrones de emociones, los hipócritas de iluminados, los vulgares de extraordinarios.
En fin, una literatura que no le conviene leer a nadie que no tenga la audacia del buen lector de Swift, Rabelais, G.H. Lawrence, Baudelaire y otros réprobos del pasado.
Vanesa Guerra se mete en camisa de once varas pero da justo el talle.
Es una anti- Bocaccio: no ahorra como el italiano, despilfarra sobre la mesa de apuestas de la literatura, llena de posibilidades tanto de buena como de mala fortuna y se sale bien.
No faltará el/la idiota que la crea una simple bocasucia, condenándola prima facie, sin leer el conjunto de la obra. Tampoco faltará quien disfrute, verdaderamente, de un punzón que se hunde lejos, muy lejos. simplemente hay que dejarlo entrar.








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