sábado, 26 de mayo de 2007

El-ella y la otra

Él- Ella y la otra

La otra
-No sé cómo sienten los hombres, pero cuando pensé en ella me mojé. Una buena tibieza entre mis piernas y luego sentí culpa y juré detener allí el pensamiento, tan vago.
Sólo había pensado en su nombre.
La cama es grande, ustedes despliegan un mapa en el borde, el verano quema e iremos lejos.
Me gusta tu mujer; me gusta tu mujer recostada en tu cama a mi lado; me gusta el silencio que nos envuelve mientras ustedes hablan trivialidades y nosotras nos rozamos las piernas como si no nos diéramos cuenta. Disfruto la breve caricia, la tranquilidad de su cuerpo apenas separado del mío y casi sin mirarnos sabemos que así está bien.
Podemos amarnos vestidas mientras apago el cigarrillo y ella estira el brazo para acomodar un almohadón que no molesta. Ella estira el brazo y sabe que puedo sentirla y sé que puede sentir mi lengua que recorre su piel para perderse en húmedo sexo.
Estamos quietas, pero más cerca.

Ella
-He quedado intacta; ni más muerta, ni más viva. Sólo quieta para que me tengas. Sólo quieta para esconder en el árbol dibujitos de manzanas. Un secreto: te amaré. Hoy puedo confiarte que eran los ojos de unos pájaros, en mi árbol no hay manzanas. Es poco lo que resta, puro semblante de euforia, yo sé que allí no hay nada. Son pájaros muertos. Es que sólo nos tocábamos bien, el impacto de romper con la rutina, mi cuerpo hecho añicos, un desquicio de cosas poco importantes para mí. Hoy creo que sentí lástima por ella, tal vez no pensara igual.
Ella me hacía guiños; pero qué suerte que hoy me amás. Qué suerte que ya no está. Te digo: que no me toque, que no bese, no quiero su baba en mi espalda. Pero le gustaba y le di más y más lo pedía y más le daba, más aún cuando tenía miedo, más aún si se resistía. Despacio y sin pausa rompí su vestido y me gustaron sus tetas duras y calientes y la deseé así como si fuera un animal en vértigo para cazar la presa, para devorarla viva, indefensa y desesperada, tan parecida a mí cuando me entrego a vos suplicando que me sorprenda la muerte entre tus piernas, envuelta en tu leche tibia, reducida a un gemido imperfecto tan parecido al dolor.

Él
- No mientas.

La otra
- Aún no te he contado mis miedos. Ni siquiera te he mostrado los libros secretos, ni mi risa oculta. Es probable que algún día los olvide. Vos, todavía intacta, estás como yo cuando olvide mi historia.
La oscuridad me devuelve lo más primitivo del alma. A veces llevo a cabo mis rituales y cuando cae el sol prefiero mantener apagadas las luces, entonces camino envuelta en rarezas, mitos triviales que ni siquiera conmueven. No seduce. El cuerpo podría resquebrajarse y la noche avanzaría de todas formas, sería testigo incierto de cualquier acto.
Cada palabra que alguien pronuncia tiene hendiduras por donde podría filtrarme para desnudar el cuento, yo sé que a nadie interesa, sin embargo, hablamos mucho para tapar nadas. Curiosear por la ciudad de tu nada, ciertos días, me hace falta. Es que tus pantanos recurrentes generan mi vértigo.
Hay planos de existencia, los más frecuentes son apropiados para la vida útil; sin embargo, yo prefiero no dormir para mirarte y tratar de saber qué soñás y si fuera posible diseñarte una trama para controlarte de una vez por todas.

Él
-Mi reino por tenerla. No dejo de observarla allí cuando todo se descontrola; y como la noche, me convierto en el único testigo de algo que en realidad no comprendo, algo que posee su cuerpo y sé que la hace gozar.
¿Quién es cuando se dispara a ese goce abismal?
Me afano por desintegrar, no dejo de pensarla por partes, y siempre es otra.
Es por eso que no tengo amantes.

Ella
-Decime que no es cierto. Mentí.

La otra
- Que pena. Los hombres no saben, ni pueden, mentir.
___
El- ella y la otra -by Vanesa Guerra; 1996
Metáforas del lunar conyugal, 2000

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