sábado, 26 de mayo de 2007

Metáforas del lunar conyugal

Prólogo a Metáforas del lunar conyugal
Luis Benítez





Seguramente este libro de Vanesa Guerra desconcertará a los bien pensantes de la letra argentina, lo cual no es poco mérito -aunque no el mayor de la obra -habida cuenta de lo obedientes que son tantos textos de última producción. Desde aquellos lejanos tiempos -apenas estamos hablando de los 70- en que era la norma intentar matar a los padres y, por lo menos, ultrajar a los abuelos (como lo habían hecho los tatarabuelos, por otra parte...) en general, prima el respeto por lo establecido: otra norma.
Metáforas del lunar conyugal desarma al lector convencional y lo obliga a situarse en una punta menos cómoda de la silla. Las narraciones de Guerra, traspasada por el apellido, no dejarán en paz a quien las lea hasta que admita, de buen o mal grado, que está ante una escritora que sabe muy bien lo que quiere decir, sin aspirar a esa ilusión de lo unívoco que tranquiliza a tantos ingenuos dactilógrafos. También, para gloria de la autora, puede a su libro esperarle el honor de las llamas.
Lo que sí es seguro, es que nadie puede permanecer indiferente frente a un estilo delicioso que no se propone la irreverencia sino el cachetazo bien dado. Ante una escritora que despliega las artes de la escritura al servicio de mostrar lo obsceno que tiene la vida misma. Recordando que obsceno proviene del concepto que definía en el antiguo teatro grigo a aquello que no tenía que ser mostrado ante el público: los actores -los farsantes, sinónimo olvidado por el exceso de uso de una de las acepciones- disfrazándose de dioses, las putas de matronas adocenadas, los ladrones de emociones, los hipócritas de iluminados, los vulgares de extraordinarios.
En fin, una literatura que no le conviene leer a nadie que no tenga la audacia del buen lector de Swift, Rabelais, G.H. Lawrence, Baudelaire y otros réprobos del pasado.
Vanesa Guerra se mete en camisa de once varas pero da justo el talle.
Es una anti- Bocaccio: no ahorra como el italiano, despilfarra sobre la mesa de apuestas de la literatura, llena de posibilidades tanto de buena como de mala fortuna y se sale bien.
No faltará el/la idiota que la crea una simple bocasucia, condenándola prima facie, sin leer el conjunto de la obra. Tampoco faltará quien disfrute, verdaderamente, de un punzón que se hunde lejos, muy lejos. simplemente hay que dejarlo entrar.








ENTROPATIA-s

ENTROPATIA-s

Matinée. El protagonista rompe los papeles, mira fijo a cámara y se va. Los espectadores descubren con asombro que se trataba del guión; del guión de la película, de las letras que lo habían convertido en personaje. Ahora la cámara le sigue los pasos y el tipo se pierde entre un grupo anónimo. Luego los títulos y el film termina.
Una mierda, pajerillas de novatos cineastas conflictuados, semblanteando el setenta e intentándose como testigos claves de la época actual: muerte y castigo para los grandes relatos.

El chico no avaló la película y la chica se sintió estúpida, a ella le había resultado demasiado interesante.
No me vengas con la posmodernidad, dijo él, ya sabés lo que pienso. Tengo incluso muchos más elementos que vos para refutarte toda idea insensata.
Ella miró para otro lado, tragó saliva y tuvo amor por sus bellos libros, los de cabecera.
La cita terminó. Él se fue y ella también, pero hacia lugares opuestos.

ENTROPATIA 2
Mati traza un graffiti en la pared: ¡SOMOS CERDOS A ULTRANZA Y TE COSEREMOS EL CULO, AGITATE!
Mati guarda el aerosol azul en el bolsillo de la bermuda gigante, -que no se llama bermuda porque la moda la ha nombrado de otra forma- se sube a una patineta y se desliza al asfalto, veloz... - ¡Uooooh! Pendejita!!!
La esquiva. La chica grita.
-¡ Forro!
Mati apenas la escucha, pero sabe que molestó, puede volver y entonces vuelve.
Las patinetas sobre el asfalto no hacen ruido, la minita apenas estará alerta, de espaldas... envión, salto sobre el cordón, vereda... Uooooh! Concha mugrienta!
Mati se aleja, de espaldas mira mientras avanza en zig zag, rápido esquina y salto... en el aire el transporte escolar lo embiste y cae, no se ve dónde.
La chica mastica chicle mientras camina. Aprisa llegan los cuervos, piensa. Un montoncito de gente observa el cuerpo y sus partes. Los niños lloran desde las ventanillas del bondi anaranjado.
-Así de corta, jodete. Por infame.

ENTROPATIA 3
Hace calor. Tres cervezas para dos, kiosco sucio, lamparita amarilla colgajo de cable negro con cinta aisladora verde. Cordón y vereda, junta de ratas pesadas.
El Loco cruza la calle, viene con gente que no es del palo.
To'bien, dice.
Piden birras. Rien y patean a Poltro. Poltro maúlla y raja, se esconde en un cajón de Coca Cola. Maúlla y se lame. Seguro que le dolió. El gordo le dá las birras, después un tetra.
-Cuatriolo, nene, poniendo estaba la gansa...

ENTROPATIA 4
Concha Mugrienta pasea por el Parque Rivadavia. En un puesto pregunta el precio de una patineta.



ENTROPATIA 5
Land Rover 4x4, un clásico. El hombre se rehusó a casa y coche fúnebre. Anteojos negros y esposa rubia, flaca, chorrea gimnasio y SOLARIUM.
Ceremonia en JARDIN DE PAZ. Flores sueltas, primos y socios. El sol se cae por la hendija del horizonte.

ENTROPATIA 6
El Gordo cierra el kiosco. Poltro caza una cucaracha, la mata de a poco, después juguetea con ella.

ENTROPATIA 7
En tropilla, jóvenes con bermudas amplias, gorros y odio, entierran una patineta en el baldío.

ENTROPATIA 8
El Gordo cerró apurado porque se va a la bailanta.
- Más birra botón, gritó el Loco...
El Gordo se la cree porque tiene un TORINO verde.
-Ya cerré. Hoy se acabó.
-¡Eh Gordo!, Poltro quedó afuera...
-Que se curta. Llevalo vos si te gusta.

ENTROPATIA 9
Debajo de SOMOS CERDOS... ahora se lee:
ABORRECEMOS EL TRANSPORTE ESCOLAR. MUERTE A LOS NIñOS ESTúPIDOS.

ENTROPATIA 10
Concha Mugrienta transó al vendedor de patinetas, se revolcarán pronto, el flaco huele bien y es un colgado, le gusta el cine posmo; la patineta no es cara, a lo mejor se la hace .
Camino a su casa tropezó con un gato muerto y se lastimó la rodilla con un cajón de COCA COLA.


ENTROPATIA 11
Flores y flores, la ceremonia no acaba nunca. Hace frío, de últimas esto es pleno campo, hiciste bien en comprar las parcelas, le dice el socio.

ENTROPATIA 12
El Gordo se calza un jean ajustado, con botas texanas acharoladas. Se mete en el auto y avanza por Juan B. Justo entre piques clandestinos contra Fans del Club de los Autos Especiales. Le pisa a un bolita, con vidrios espejados y doble SILENCE: semáforo rojo atrás y adelante, tira cambios, volantazo y rebaje, el 34 gruñe y frena, el Gordo se atasca, falta muñeca.
El fito pudo con él. Calentito los panchos.

ENTROPATIA 13
Los Chicos grafitti avanzan por la noche: calle cordón vereda salto y esquive a un gato muerto. Concha Mugrienta los ve desde la esquina. Corre. Los Chicos-Patineta muerden la luna. Deciden seguirla al grito de ¡Emboscada!

ENTROPATIA 14
Mujer Solarium manotea cajita de RIVOTRIL, JW etiqueta azul y celular. Plantea lo inevitable: - ¿Cancelamos el vuelo?


ENTROPATIA 15
Junta de Ratas Pesadas tiene la fija, la fija que trajo aquel que no es del palo:
-Al rati lo arreglamos, man. La casa está vacía, viajan al culo del mundo.

ENTROPATIA 14 BIS
-Querida no es momento. Cuando termino la reunión vuelvo. Hoy es un día complicado.

ENTROPATIA 16
El Gordo encara bailanta, destella el Toro en la noche, y ronronea el SILENCE sin asco frente a morena de calza violeta...
- ¡Ay cómo me brilla el lucero, mamacita!

ENTROPATIA 17
- ¡Uooo... concha mugrienta!!! va uno. ¡Uooo concha mugrienta!!! va el otro. ¡Uooncha mugrienta!!! el que sigue. ¡Uooo CONCHA MUGRIENTA! el último, donde ella no lo esperaba.

ENTROPATIA 18
Marido y socio discuten la bolsa... y el chico una pena, del matrimonio anterior.

ENTROPATIA 19
-¿Con qué lo arreglamos, Peludo?
- Con ojete de pendejo en la garita.
- ¡¡¡ El orto ponelo vos, mierda que te parió!!!
- ¡PARA!!¡TU PRIMO, chabón! Tu primito, que se la come doblada y bien que le gusta.

ENTROPATIA 20
Mujer Rivotril llora y se masturba. La soledad la inquieta y el mapa del viaje a un costado.

ENTROPATIA 21
Mamacita rie y huele a mentol ADAMS. El gordo arranca con el estéreo al mango: "Ay cuando te veo se me vuela el sombrero"... Brazo extendido y firme sobre el volante, reloj en la derecha canchera de palanca y segunda al toque cruza la esquina. Un tigre.

ENTROPATIA 22
El socio afirma que en Chicago subió el maiz. El padre niega. El socio insiste. El padre piensa. El socio muerde el habano. El padre aplasta el cigarrillo.


ENTROPATIA 23
Concha Mugrienta jura vengarse, mira sus dedos mochos con sangre... están todos, los diez, más feos que nunca. Por suerte las rueditas no son filosas.

ENTROPATIA 24
El Gordo aparca el Torito, los Patinetas dan volteretas cerquita del auto:
-¡Hey! ¡Nueve de oro!.-¡ Bizcocho! -¡Grasun!. Huyen. El Gordo no engancha un full. Mamacita erguida pide fuego para un JOCKEY ciento veinte milímetros.

ENTROPATIA 25
Mujer Soledad se zambulle desnuda en la pileta, ríe y llora, bien trillado.
¿Y ahora qué?

ENTROPATIA 26
Primito acepta. Negocia alto porcentaje y cláusula absoluta:
" treinta minutos y me fui".
Hay trato. To'bien. Birra y porro. Erre con erre guitarra.

ENTROPATIA 27
Concha Mugrienta vuelve a la casa. El viejo tiene custodia toda la noche, igual no lo ve nunca. La vieja ronca, tampoco sirve. Saca hielo del congelador, lo pone en la fuente y aguanta. Enciende TV: Drácula, en clase B. Un bodrio. No hay otra cosa.

ENTROPATIA 28
Mamacita contonea, el Gordo paga la entrada y apoya mano en glúteo ajeno.
-¡Que hacé fiera!, saluda el Mono. -¡Cuidame el Toro, jefe! le ruge el Gordo.
ENTROPATIA 29
Padre deja Puerto Madero y socio. Arguye preocupación porque Mujer-Pileta no contesta llamado del celular.

ENTROPATIA 30
Chicos-emboscada sin rumbo, evalúan posible grafitti en casa de Matías.

ENTROPATIA 31
Primito acosa garita, Ratas Pesadas se agazapan entre autos estacionados.

ENTROPATIA 32
El Gordo suda Volcán. Mamacita manotea donde puede más no encuentra el brillo del lucero: -Bastante fugaz tu estrella.

ENTROPATIA 33
Ratas Pesadas en la cuenta regresiva. Sigilosos saltan reja principal, destraban portón eléctrico gas al perro que mueve la cola escalera abajo escalera arriba atrás del cuadro, -Ése no, el otro ... escritorio, cajonera -Eso es trucho. -Me lo quedo me cabe -Buscá el baño -Muy húmedo tiene que estar acá concha de tu madre.. . Acá está , acá está, ca-stan!! -Mirá todas las planchas que amarroca, el muy mierda!!! -Agarralas, garrá, nos vamos nos fuimos no las doblés, no las toqués... -Ya sé moscardón, ya sé. -Dejalas ahí en el tubo de arquitecto, como estaban, metelas, agarrá, llevá, dámelas. -Vamo vamo!. -Pará, pará...hay una mina chabón hay una mina...

ENTROPATIA 34
Chicos grafitti ensayan grafitti en Torito del Gordo:
"ESTO ES UNA MANCHA MAS AL TIGRE"
El Mono los ve, avisa y empieza a los tiros.
Los chicos vuelven a huir.

ENTROPATIA 35
-¡Fiera, fiera, yo sé quienes son, vamo' a buscarlos, dejame a mí que los tengo cruzados !
El Gordo aulla. Mamacita se ha quedado sin estrella. Las fieras de la bailanta se van de cacería.

ENTROPATIA 36
Concha Mugrienta está aburrida de dolor, no puede dormir, ni ver TV. Prendería una vela negra para que se pudran los Patinetas... si pudiera. Jura en silencio hacer suya la patineta de Parque Rivadavia.

ENTROPATIA 37
Mujer Rivotril cae por su propio peso. El peso de todo lo que ingirió de manera no metódica. Sería oportuno un lavado estomacal inminente.

ENTROPATIA 38
El semáforo de la avenida se tildó en rojo. El padre vacila:
- ¿y si me asaltan?... tss vamos.

ENTROPATIA 39
Padre cruza y choca con una estampida de Torinos blancos, verdes y azules. La camioneta reacciona bien, pero un Torito verde quedó rengo. Padre amaga a detenerse hasta ver quiénes o qué baja de esos autos. Al ver vio: son los Fans, le han hablado de ellos. No duda y se da a la fuga.

ENTROPATIA 40
Los Toros dan la vuelta, chilla el asfalto de gomas negras:
el Gordo último- el Padre primero.

ENTROPATIA 41
- ¿Qué hace? - No sé, está ahí, en el piso. -¿Está sola? -No veo .-Guardá el fierro hermano...
ENTROPATIA 42
Chicos Patineta merodean el barrio y rin-raje posmoderno a horas de la madrugada. Se escucha voz de mando: ¡Asalto a lo del amigo finado! Réplica: - ¿Y con el lechón qué hacemos?

ENTROPATIA 43
Primito considera turno terminado, el rati suplica un bis.
La garita se mece en la rara noche.

ENTROPATIA 44
La estampida busca su presa: Land Rover 4x4... pero, sorpresivamente se cruzan los Chicos Patineta y cambia de rumbo el safari: -¡¡Son ellos!!

ENTROPATIA 45
Junta de Ratas desciende escalera escudada por chumbo. Mujer Rivotril no acusa recibo. En la oscuridad, Rata Mayor tropieza con perro muerto y el disparo escapa ciegamente.

ENTROPATIA 46
El rati acabó por salir de la garita, el estruendo le zarpó concentración, justo cuando el Padre deshace la ochava intentando activar el remoto del portón... frenada fallida.

ENTROPATIA 47
Estampida de Toros en pleno safari se reencuentra de frente manteca con 4x4: sandwich de patinetas y aerosol.

ENTROPATIA 48
Primito huye sin vueltas y ahí nomás trompea a pendejo en patineta (que arrebata) para sacar ventaja y beneficio.

ENTROPATIA 49
Los rati, los rati, gritan las Ratas. De prisa se escurren hacia pileta y trepan pared con garra. Con pesadumbre infinita resignan el tubo de arquitecto que se hunde en el agua:
- Caldo de LSD pal'barrio, loco.

ENTROPATIA 50
Relegado Torito verde divisa y acorrala a Primito escuálido en patín, y a la voz de: -no sabés lo que te va hacer el tigre
el chico vuelve a ligar.



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Entropatía-s
by Vanesa Guerra, 1996-9
Metáforas del lunar conyugal 2000

Entropatía-s , se presentó por primera vez en el Centro Cultural Recoleta el 15 de junio de 2000. Bs. As. Argentina
La perfonance actoral fue dirigida por Gabriela Elena y el espacio escénico fue recreado con diapositivas ilustradas por Gustavo Mingorance.






Con efe de fonograma

Con efe de fonograma

El flaco recibió la carta bajo la certeza de una trampa; cerró la puerta y corrió con sobre por el largo pasillo de la casa hasta detenerse y entregarse al papel. Victoria volvía a escribir y las precarias frases se deslizaban sin ánimo en un pedacito de hoja que apenas permitía la lectura.
Bss, bss, bss, Fonograma
- Puta, sólo es un fonograma.
Sin embargo, dentro del sobre le había enviado decenas de estampitas plastificadas, tan parecidas a esas que los niños ofrecen en los subtes.
- ¡Pero éstas no son de Santos!
Eran de ella.
-¡Son estampas pornográficas! sentenció la madre, que aparecía repentina, detrás de él, habiéndolo visto todo.
Alejo se alejó y escondió sus papeles, pero las estampas caían, una y otra vez, tenían como jabón -¡Lavala a esa puta! gritó la vieja. - No mamá; Victoria siempre se resbala.
Despertó.
Tan temprano y con angustia.
Llevó la frazada azul hasta las orejas y remoloneó con miedo.
-¿Qué pasa? ¿Dormiste mal? ¿Otra vez?
- No.
- Dormiste mal.
Se destapó y se puso lo que encontró, un jean sucio, colgado en la silla.
Había que ir al trabajo. Pasar por el baño.
-Únicamente en sueños esa turra.

Victoria retornaba, como siempre. Hacía dos años que no sabía de ella y hacía dos años que dormía mal.
El día transcurrió entre rutinas y Alejo retenía inquieto la imagen de las estampitas:
- ¡Santa Victoria, flor de Tetas! ¿Qué será un fonograma?
Mientras acomodaba un piloncito de remitos, dibujó la palabra sobre la fórmica del escritorio: FONOGRAMA

Esa noche, corrió con un bebé en brazos bajo la lluvia gris, negra, marrón. Los cables de luz acompañaban el vendaval, lo que restaba del cielo caía deshilachado. Alejo corría y el niño inmóvil y frío gemía entre sus brazos. Buscaba a Victoria y el niño caía en el agua; tragándolo. Se lo tragaba, pero qué cabeza tan grande tiene... ¡Santa Victoria, flor de Tetas!
-¡Agarrame el fonograma! gritó.
Mariana encendió la luz y lo miró cansada.
- ¿Otra vez, Alejo?
- ¿Qué es un fonograma?
- No sé, es temprano...
- ¿Qué es un fonograma?
- Que sé yo... - Mariana apagó la luz- es tarde...

Las páginas del libro pasaban, cosquilleaban en ojos y nariz; el movimiento detenía la intención en la letra F; ocupaba toda la carilla. EFE, Efe de fonograma, decía al pie. Y él daba vuelta la página y las letras eran pequeñas. Alguien tironeaba del libro. Él esforzaba el alma por leer.

El diario bajo el brazo y el colectivo a Constitución, como siempre, como todos los días, días desalineados como él, que camina lento, envuelto en fantasmas, sobre calles laberínticas de memoria irreal. Tantos pies sobre la avenida.
-¿Por qué tanta gente a esta hora?
Entraba al trabajo y fichaba la tarjeta marrón unos cuantos minutos más tarde.
- Siempre tarde usted... ¿Hasta cuándo?

Avanzaba por el pasillo entre siluetas imprecisas, tan laboriosas. Avanzaba entre las risas de algunos y alguien le dijo: - la bragueta, flaco, la bragueta... y él se palpó y se subió el cierre y se subió la vergüenza y una zorra pasó a su lado arrastrando muchas cajas con latas de durazno. Dejó el pasillo y entró.
PLAK
OFICINA HERMETICA
HECHA A LA LIGERA
CERRAMIENTOS DE ALUMINIO
VIDRIOS OPACOS.
Alejo fichó la salida.
-Esta ciudad de mierda
La gente abalanzaba monotonía y empujaba todo con la panza, ¡adentrooo! ¡vamos jefe! y el colectivo arranca, ronca, a Wilde; en una de esas ventanas, el rostro de Victoria, fugaz, como para besar el vidrio, con aquellos ojos enormes, perdidos.
- Victoria...
El bondi lanzó bocanada gris; irritó contenerla en la garganta.
Alejo empujó a la gente y se trepó como pudo a otro que partía en ese mismo momento hacia ese mismo lugar.
Observó cada parada, preso de una taquicardia incipiente, supo de todos los pasajeros que descendían, de los que descolgaban, de los que bajaban y volvían a subir. Cola con trompa, trompa con cola, semáforos, bocinas, autos, y ya muy cerca de la terminal la vio nunca bajarse del bondi, pero muy caminando por la calle empedrada.
Se tiró. Corrió y la tomó del brazo, la dio vuelta hacia él.
Victoria no respondió. Lo miró fijo durante un rato y desdibujó violenta en otra mujer.
- Flaco, flaco... la terminal.
Abrió los ojos y supo que era un idiota.
Era de noche, de noche cerrada y sucia y probablemente Mariana estuviera harta y probablemente, él, no sabría qué decir.

Alejo llegó y Mariana no estaba en casa, ni siquiera había dejado una nota. Se había ido; volvería, en cualquier momento. Corrió un montón de ropa sucia al piso, desparramada sobre la colcha, desparramada sobre el piso y se metió en la cama vestido y leyó unas revistas viejas que andaban abiertas y sin tapa y después revolvió el cajón de la mesa de luz, con su brazo largo, pesado, pero de mano inquieta y encontró una birome y jugó con grillas y crucigramas. Cuando el hambre lavó su estómago fue a la cocina a preparar algo. Algo como un huevo, que fue lo único que encontró.
El timbre quebró la nada y entre el fastidio y el desgano salió de la cama para abrir la puerta. El vecino lo miró mal, con cara de haber visto demasiado.
-Tomá, lo encomendaron para vos esta mañana.
Alejo asintió y dejó que la puerta deslizara su pesada hinchazón entre ruidos, crujiendo. Quédate con ganas, gordo, no te voy a preguntar... Miró el sobre con desconfianza. ... aceite, algún día, en las bisagras. La empujó con el pie: -cerrate puta, que hace frío.
Volvió a mirar el sobre sucio y ajado; lo abrió; y en el límite de la perplejidad, las ocultas, traspapeladas y bienhalladas fotos y fotitos de las tetas y tetas de Victoria en aquella histórica noche de putas enjabonadas, resbalaron entre sus manos como una lluvia de estampitas que cayera de la mano de un farsante dios al piso y en un pedacito de papel de diario, Mariana despedía desidia, incolora, sin ánimo, deslizándose para siempre de él y del hartazgo de noches y días somnolientos y desalineados.
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Con efe de fonograma,
by Vanesa Guerra, 1994
Metáforas del lunar conyugal, 2000


Golpes

Golpes

Cuando la vi entrar con el ojo negro, sentí pudor.
Bajó la mirada sollozando y esquivé la imagen con la excusa de preparar algo, algo para que tome. Salí de la cocina y le di un jarro con café. Mara se había ocultado bajo unos anteojos de sol enormes; creo que ocultaba mi pudor, su tajo, el sexo y el goce.
De pibe espiaba a mi hermana, la observaba con la respiración contenida a través de la cerradura del baño. Recuerdo los movimientos, unos grititos ahogados; alguna vez sentí vergüenza y prometí no hacerlo más. Papá la golpeaba y a mamá también, eran rutinas. El viejo, el olor a tinto, la panza, su enojo, las manos gordas y ásperas. Era evidente que Mara buscaría un tipo parecido, lo supe siempre, lo esperé, lo decía la abuela en italiano, a la noche, como un presagio, como una maldición que había caído sobre la familia. Un buen día papá se fue, mamá retomó la docencia en la escuela veintitrés y Mara se dedicó al baile. Traía plata, yo me acuerdo, no era mucha, pero era importante. Al tiempo empezaron las giras y yo recortaba del semanario algunas notas donde se la nombraba, pero siempre fue una más y nunca comenté con mis amigos que Mara aparecía de vez en cuando en los semanarios; nadie preguntaba nada y yo no decía nada, tampoco.En el barrio todos conocían todo, todo lo que había que saber.
Mara dejó de venir a casa, de caer a cualquier hora en autos distintos, de mostrar sus tacones y piernas flacas en pleno invierno.
Se había mudado a la capital, al centro, y andaba en taxi y mandaba algo de plata y ayudaba a mamá con los remedios de la abuela.
Cuando la abuela murió, Mara no vino al velorio, dijo que no podía porque tenía un compromiso; mamá lloraba y no había forma de consolarla. Mara no tenía un compromiso, lo supe después, cuando la vi lastimada y marcada a golpes.
Mamá no dice nada. Nunca le dice nada, y yo la veo y entiendo; pero no sé qué decir.
Cuando la vi entrar con el ojo negro, pensé en el tipo, pensé que después del golpe se la habría tirado, pensé que debe ser extraño tirarse a una mujer ensangrentada y sollozando, pensé que debe ser que ella quiere que se la tiren así, que goza ahí, en el piso, que pide desde el piso entre la furia y el recuerdo del viejo.
Bebí un poco de su café. Mara se levantó y se metió en el baño y dejó unas manchitas de sangre en el sillón, trabó con llave y volví a recordar los movimientos, los grititos; terminé su café y le golpeé con fuerza la puerta.
Una noche, me desperté y vi al viejo en la cama de Mara. Mamá estaba en San Nicolás, con la abuela, y yo tenía miedo de respirar pero quería ver, pero tenía miedo y papá miraba hacia mi cama como si viera mis ojos abiertos, como si me ofreciera la escena y le tapaba la boca a Mara y miraba agitado advirtiéndome que era capaz de tapármela a mí. Pero yo quería ver y entrecerré los ojos y no respiré durante mucho tiempo.
Después, Mara lloraba y yo me metí en su cama. La abracé. Mara acariciaba mi cabeza y nos dormimos con el sol. Nadie se enteró de aquello, de todos modos, al poco tiempo papá se fue.
Volví a golpear la puerta, y me acordé que el viejo encerrado en el cuarto con mamá, gritaba que me fuera al patio, que no lo joda porque me iba a poner pupilo por marica, y yo le pateaba la puerta y le juré que lo iba a matar porque a la vieja no se la toca, o tal vez sí y la abuela me arrastró al patio y me abrazó tan fuerte que me hizo daño.
Cuando la vi entrar con el ojo negro, pensé en mamá; en mamá que ponía la cara, en mamá que le abría las piernas.
¡Abrime Mara! -grité. Y tuve miedo, porque ya no sabía cuanto tiempo había pasado y Mara no contestaba y yo no sabía qué hacer y amenacé con derribar la puerta. Mara salió con su ojo negro, bien negro e hinchado y con un hilo de sangre entre las piernas que babeaba desde su sexo.
Mara desnuda, Mara niña que llora, Mara que suplica que le pegue, que le pegue hasta olvidar.
La tomé en brazos y mientras golpeaba sin fuerza mi espalda, entendí que el gesto de amor que Mara pedía, borraría de su vida todos los golpes; Mara gritaba en mi cara y se fregaba contra mi cuerpo toda su historia y yo recordaba los grititos y mi promesa y los tacones y al viejo y a sus putas y quise pegarle, decidí pegarle; pero no pude.
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Golpes,
by Vanesa Guerra, 1996
Metáforas del lunar conyugal, 2000

Inercia

Inercia

Aún te veo de espalda, tengo taquicardia y mientras esperamos que la mujer abra la puerta, no dejo de mirarte el culo. Tu culo me importa poco, aunque tenga buena forma y por las noches te sueñe echada y deseándome. Tengo taquicardia, pues no confío en este proyecto, porque a pesar de tu buena parla aniñada y profesional, esta vieja que tanto necesitamos suele estar borracha y con ganas de no recibir a nadie. A ver si me entendés, cuando te pedí que me sacaras del pozo entregué mi orgullo e inevitablemente, supe que eras linda y que chorreabas sensualidad y tristeza por todas partes. Y yo sé que vos también lo supiste.

La vieja nos abre la puerta, se acerca y presiento que no podré hablar y como tantas otras veces dejaré todo en manos de una mujer. Tal vez pensás que presto atención a la entrevista, me parece que la manejás bien, sin embargo no puedo tomar contacto, es la taquicardia y esa inagotable obsesión de mirarte la espalda y el cuello, que no es mejor que el de Laura. De todas formas, siento que te quiero ahora, que esto es en vano, que el disfraz nos supera y que deberíamos resolver nuestro afán de progreso en una cama.

La vieja se despide con su vaso de vidrio a cuestas y vos te das vuelta esperando mi sonrisa.
La finjo.
La vieja cierra la puerta vieja como ella, y yo me aferro a las rejas de hierro y miro la casona y recuerdo otras casas y otras rejas y a mi ex mujer.
Vamos, decís, vamos a casa y transcribamos esto.
Y te miro y pienso en tu casa, en el ventanal, y en el sol de este invierno que hace cada día más corto y más tonto.
No hay tiempo.
Y estamos en tu casa y fumé algunos cigarrillos en el viaje, mientras te hice preguntas de rutina para rescatar palabras que ahora olvidé, porque francamente, a esta altura, el proyecto no me interesa.

Estoy al acecho, al borde, logro ponerte incómoda. Me gusta verte incómoda, es una vaga cosquilla, una mano que detiene lo amargo. Tu estilo me seduce, lo percibís y comenzás con las vueltas.
Preparás té.
Yo escribo, cualquier cosa, sobre una vieja enferma que no tiene recursos, pero sólo pienso en desvestirte y me esfuerzo para que no me gane la nostalgia, me esfuerzo para no enfrentarme con lo que perdí hace poco cuando decidí separarme. Avanzo contra el dolor, te miro, corro tu pelo con la birome. Ya terminé, leélo.
Te levantás, leés por encima de mi hombro y puedo olerte, tu pelo me roza y lo dejo, aunque me tape la hoja, te huelo y me quedo. Es un instante, tomás el manuscrito y te vas al living, reís y te vas, como siempre.
El ventanal me mira, creo que tengo urgencia por irme a casa.
Me gusta, decís, y hablás del reportaje y del concurso. Sospecho que vos tampoco escuchaste a la vieja. Pero no me animo a preguntar, entonces cambio de idea y me sirvo otro té, y vuelvo a mirarte con ganas.
Suena el teléfono, te replegás en él, tu mano juguetea con el cable mientras arreglás un encuentro, la inercia me atonta, me siento mal, la tarde termina y se escurre. Me paro, no soporto estar acá pero me descubrís a través del espejo porque te estoy espiando. Cortás. Empiezo a hablar, no sé que digo, pero te hablo y vos estás ahí, seria. Quédate, decís.
Me acerco y nos besamos. Ahora todo es más estúpido. Nos desnudamos sobre el sillón. La estupidez me puede. Quiero irme, pero estoy caliente. Me hablás de amor, te hablo de amor, no pienso, te estoy cogiendo sobre el manuscrito y se arruga el tiempo y la espera y añoro mi historia y probablemente todo siga en el mismo sitio.
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Inercia
by Vanesa Guerra, 1995
Metáforas del lunar conyugal, 2000

Partidas, hazañas y otras arañas. -segunda parte-


in-conclusiones o metáforas del lunar conyugal

In-conclusiones
o Metáforas del lunar conyugal

...no. No te confundas. No soy una intelectual.
Además, no es tanto lo que leo, como lo que escucho y no es tanto lo que escucho como lo que invento. No puedo evitarlo. Miento.
Y tampoco vayas a creerme, pues cuando te digo que miento, miento.
Soy eso,
la ficción que genera lo que entrampa.
Un vago discurso que no tiene asideros; no más que los que se van creando cuando comienzo a oirme, en voz alta, como si hablara otro.
Nada me confirma que ese espejo del living devuelva la imagen que supongo propia.
Apenas estoy segura que ese rostro en el espejo -tan semejante al tuyo- sea el producto oportuno de alguna ley física. Puede tratarse de un complot, tuyo y del otro- que vos decís tuyo.
Por eso no te creo
y nada me obliga a hacerlo.
Estallá de furia, si querés; total no vas a entenderlo
y yo tampoco.

Tenés un punto oscuro
vos y cualquiera, como todos, como yo,
que cuando digo yo horado toda certeza, porque cuando vos decís yo, no hablás de mí y sin embargo usamos la misma palabra.

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In-conclusiones o Metáforas del lunar conyugal
by Vanesa Guerra, 1996
Metáforas del lunar conyugal, 2000

Un clásico lunar

Un clásico lunar

No dejo de recordarte entre mis piernas.
Hoy te fuiste y en mi palma quedó tu perfume, cuando encendí un cigarrillo me fui yo.
Todo se erotizó en un instante. Tan cerca y tan lejos. Tu cuerpo y el mío, tu cuerpo tan mío, pero tan tuyo.

Ahora reconozco el perfume, y en él tu cuerpo.
Ahora tu perfume es una ausencia en mi mano.

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Un clásico lunar
by Vanesa Guerra, 1995
Metáforas del lunar conyugal, 2000

El gesto

El gesto

De tanto pensarte he distorsionado tu imagen; sucede que el arte de la nostalgia me arrancó de tus formas para conformarme con mis huecos.
Te he perdido en el intento de retenerte y recordarte cada noche como si aún estuvieras. Me he perdido en la maraña del tiempo, en el instante fugaz de tu partida.

Hay gestos que se repiten incansablemente:
mi amor implacable
y una máscara azul sobre tus labios.

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El gesto
by Vanesa Guerra, 1995
Metáforas del lunar conyugal, 2000

La copa del final

La copa del final

Es curiosa la mañana; es curiosa por lo gris, es curiosa por mi amor y mi pena; interminable el gesto de la memoria, la escena temida, la palabra en vano y la certeza de saber que las cosas caen por su propia inercia, si no se atajan, si no se ubican en lugares apropiados y protegidos.
Mientras sentía el derrumbe, pensaba en mi relación con las cosas, recordaba mi poca cautela con unas copas de cristal añejo madeja amada, que me regaló mamá, porque se las regaló la abuela, y así. Yo no quería tenerlas, le pedí que no me las diera, que las guardara para mis hermanos, sin embargo quiso que las tuviera yo, porque de todas formas, a ella también se le iban a romper, porque ya se le habían roto tantas, que parece que en su nombre debía yo seguir rompiendo el amor de las mujeres.

La noche anterior me habías dejado; entonces recordé mi apuro para guardar objetos, el vértigo de amontonarlos sin cuidado, ni orden: los vasos, los platos, las copas, hasta que por fin una se rompió, y lloré. Había un raro placer en quitar ese objeto de mi vida y un intenso dolor porque yo no quería hacerlo, pero por pacto debía. Durante muchos meses guardé la copa rota, se había partido en la base, había quedado el pie y la copa; invertí la copa, para que cobijara en su interior al pie, y así quedó, a la vista de todos, en la biblioteca, como adorno, como alerta, como una advertencia: Esto no era lo que vos querías.
Mamá sólo me regaló dos copas de ese juego, y sé que eran las dos últimas, y también sé que ella prefirió que fuera yo testigo de cómo dos copas cuando están juntas no se rompen al mismo tiempo, nunca, sino por separado.
Y así pasó muchas veces; he tenido objetos muy valiosos, que debí destruir, tal vez por amor a mi madre, y por nuestro pacto de romper, una lo que no puede la otra.

Pienso en lo frágil, en lo que queda después de un acto irreversible; pienso cómo se transforma repentinamente en lo opuesto, o peor, en algo absolutamente ajeno a lo que era, no es copa, no es nada.
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La copa del final by Vanesa Guerra, 1996
Metáforas del lunar conyugal, 2000

Relatos de amor

Relatos de amor

Dios creó al hombre y a la mujer;
y al séptimo día soñó y soñó
y creó a la otra.


Cuando el hombre se durmió, Dios aprovechó y le quitó una costilla.
Tal vez para que no lo sepa o quizá arrepentido ante ese vil acto, decidió tapar el hueco con carne.
Si hubiese querido, no habría necesitado herirlo. El tenía suficiente poder para generar otro ser a partir de la nada; mas prefirió crear la mujer a expensas del hombre y que ésta portara entonces la misma sustancia.
Por eso dicen que cuando el hombre deja a sus padres, es para formar con ella un solo ser.
El ser hombre, con costilla.

¡Esféricos! Vociferaron griegos.
Seres de cuatro piernas, cuatro brazos y una cabeza.
Una sola con dos rostros que miran hacia lados opuestos.
Pobres esféricos... están condenados a desconocerse siempre.
Condenados a no encontrarse jamás.
La pereza de semejante infelicidad los volvió vagos e insolentes.
Entonces, Zeus, indignado ante la condición vergonzosa e inercial de estas criaturas, tras mucho pensarlo, envió un rayo y los partió al medio.
¡Qué se busquen! dijo
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Relatos de amor
by Vanesa Guerra, 1996
Metáforas del lunar conyugal, 2000

Relato apócrifo de la creación

Relato apócrifo de la creación

Según las enseñanzas del sacro papiro, los hombres no devolverán jamás la imagen perfecta ante el Eterno Espejo.
Los hombres han sido la fallida creación de una diosa ermitaña e infantil entrampada en su excéntrica belleza.

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Relato apócrifo de la creación
by Vanesa Guerra
Metáforas del lunar Conyugal, 2000


Ella



Ella



-El hombre es un relato. El propio y el de los otros. Es el relato que conoce de sí y el que no conoce y lo habita, rasguñando cada silencio.
Es el relato de los sueños que lo sueñan por las noches, imágenes confusas que lo invitan a lugares lejanos
o triviales
o impensables.
El hombre relata su historia y vuelve a crearla cuando la narra, sin saber que en ese momento pierde para siempre lo que consideró propio.
El hombre vuelve a inventarse cuando habla.


__


Ella


by Vanesa Guerra;1996


Metáforas del lunar conyugal, 2000

Él

ÉL
-Las mujeres pueden tener una boca enorme, llena de palabras huecas y hambrientas
llenas de palabras comepalabras.
La mujer es un relato.
Un relato impreciso:
pues genera imágenes,
pero esconde escenarios.

La mujer es el relato que ha producido el hombre
y también es el relato que ella ha hecho de sí,
sin saber que era el relato de otra.
___
Él
by Vanesa Guerra, 1996
Metáforas del lunar conyugal, 2000

El-ella y la otra

Él- Ella y la otra

La otra
-No sé cómo sienten los hombres, pero cuando pensé en ella me mojé. Una buena tibieza entre mis piernas y luego sentí culpa y juré detener allí el pensamiento, tan vago.
Sólo había pensado en su nombre.
La cama es grande, ustedes despliegan un mapa en el borde, el verano quema e iremos lejos.
Me gusta tu mujer; me gusta tu mujer recostada en tu cama a mi lado; me gusta el silencio que nos envuelve mientras ustedes hablan trivialidades y nosotras nos rozamos las piernas como si no nos diéramos cuenta. Disfruto la breve caricia, la tranquilidad de su cuerpo apenas separado del mío y casi sin mirarnos sabemos que así está bien.
Podemos amarnos vestidas mientras apago el cigarrillo y ella estira el brazo para acomodar un almohadón que no molesta. Ella estira el brazo y sabe que puedo sentirla y sé que puede sentir mi lengua que recorre su piel para perderse en húmedo sexo.
Estamos quietas, pero más cerca.

Ella
-He quedado intacta; ni más muerta, ni más viva. Sólo quieta para que me tengas. Sólo quieta para esconder en el árbol dibujitos de manzanas. Un secreto: te amaré. Hoy puedo confiarte que eran los ojos de unos pájaros, en mi árbol no hay manzanas. Es poco lo que resta, puro semblante de euforia, yo sé que allí no hay nada. Son pájaros muertos. Es que sólo nos tocábamos bien, el impacto de romper con la rutina, mi cuerpo hecho añicos, un desquicio de cosas poco importantes para mí. Hoy creo que sentí lástima por ella, tal vez no pensara igual.
Ella me hacía guiños; pero qué suerte que hoy me amás. Qué suerte que ya no está. Te digo: que no me toque, que no bese, no quiero su baba en mi espalda. Pero le gustaba y le di más y más lo pedía y más le daba, más aún cuando tenía miedo, más aún si se resistía. Despacio y sin pausa rompí su vestido y me gustaron sus tetas duras y calientes y la deseé así como si fuera un animal en vértigo para cazar la presa, para devorarla viva, indefensa y desesperada, tan parecida a mí cuando me entrego a vos suplicando que me sorprenda la muerte entre tus piernas, envuelta en tu leche tibia, reducida a un gemido imperfecto tan parecido al dolor.

Él
- No mientas.

La otra
- Aún no te he contado mis miedos. Ni siquiera te he mostrado los libros secretos, ni mi risa oculta. Es probable que algún día los olvide. Vos, todavía intacta, estás como yo cuando olvide mi historia.
La oscuridad me devuelve lo más primitivo del alma. A veces llevo a cabo mis rituales y cuando cae el sol prefiero mantener apagadas las luces, entonces camino envuelta en rarezas, mitos triviales que ni siquiera conmueven. No seduce. El cuerpo podría resquebrajarse y la noche avanzaría de todas formas, sería testigo incierto de cualquier acto.
Cada palabra que alguien pronuncia tiene hendiduras por donde podría filtrarme para desnudar el cuento, yo sé que a nadie interesa, sin embargo, hablamos mucho para tapar nadas. Curiosear por la ciudad de tu nada, ciertos días, me hace falta. Es que tus pantanos recurrentes generan mi vértigo.
Hay planos de existencia, los más frecuentes son apropiados para la vida útil; sin embargo, yo prefiero no dormir para mirarte y tratar de saber qué soñás y si fuera posible diseñarte una trama para controlarte de una vez por todas.

Él
-Mi reino por tenerla. No dejo de observarla allí cuando todo se descontrola; y como la noche, me convierto en el único testigo de algo que en realidad no comprendo, algo que posee su cuerpo y sé que la hace gozar.
¿Quién es cuando se dispara a ese goce abismal?
Me afano por desintegrar, no dejo de pensarla por partes, y siempre es otra.
Es por eso que no tengo amantes.

Ella
-Decime que no es cierto. Mentí.

La otra
- Que pena. Los hombres no saben, ni pueden, mentir.
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El- ella y la otra -by Vanesa Guerra; 1996
Metáforas del lunar conyugal, 2000

Engaños, decepciones y otras opciones lunarescas. -tercera parte-















Servicio al consumidor

Servicio al consumidor

-¡Ediluz! Mi nombre es Carolina ¿En qué puedo servirlo?
- Ah, eh...
- ¡Por supuesto, un momento por favor!
- Kiiii...Usted se ha comunicado con Ediluz, servicio al consumidor. Aguarde en línea.
- Ediluz... Celeste de la Cuesta, diga...
- Llegó una boleta...
- ¡Aaguarde!.
-Kiiii... Usted se ha comunicado con Ediluz, servicio al consumidor. Aguarde en línea. Kiiii... Nuestros operadores no pueden atenderlo, por favor, marque uno, para reclamos. Dos para consultas. Tres para informes. Cuatro, para dudas...
- (Mh... eh cuatro... sí, cuatro.)
- ... uno, para reclamos. Dos para consultas. Tres para informes. Cuatro, para dudas. Kiiii... Por favor, si su teléfono no es digital, aguarde en línea.
- Ediluz, María Cragnote ¿En qué puedo servirlo?
- ¡Cuatro!
- ¿¡ Dudas !?¿Usted tiene dudas?
- Y, sí... quién no las tiene. Es esta boleta, la boleta de mi mujer... la que recibe, que llegó ahora, ayer... ¡bah!
- Lo siento. Se nos cayó el sistema, no tengo forma de registrar sus dudas, si es urgente puede pasar por la central en Maza quientoscincuentabblblcapitaldeochoanueve. ¡Muchas gracias, por llamar a Ediluz!
- Oiga, espere... ¡eso me queda lejos!
- No tenemos servicio a domicilio.
- ¿Y qué servicio tienen, manga de idiotas?
- Pero señor... ¿por qué no se va al carajo?
- ¡Epa!.. Tengo su nombre ¿se olvida?... Voy a elevar una queja y al carajo se va a ir usted!
- Cuál duda lo aqueja
- No sé... no sé qué pasa con la boleta, creo que está sobrefacturada.
- LLame a reclamos, señor.
- No puedo reclamar, porque no estoy seguro, señorita.
- Llame a informes.
- ¡¿Y qué me van a informar?!
- Llame a consultas y pregunte qué puede hacer con su duda.
- Ajá... ¿Cuál es el teléfono?
- Este mismo; espere en línea y muchas gracias por... Kiiii... Ediluz... una companía que trabaja para usted. Si desea realizar alguna sugerencia marque ocho...
- ( podrían tener un número para quejas)
- ...compañía que ... Kiiii... María Cragnote, ¿en qué puedo servirlo?
- ¡Soy yo, otra vez!
- ¡Ah! espere...
- ¡No espero un minuto más!
-Kiiii... Ediluz comprende las dudas de todos sus clientes, considere el beneficio de la duda. Estamos trabajando para mejorar el servicio, gracias por confiar en nosotros. Usted se ha comunicado con Ediluz, servicio al consumidor... Kiiii ¿Hola?...
- Hola ¿Quién habla?
- Habla Ediluz.
- Ah... Tengo una duda, con respecto a una boleta. Quiero saber qué puedo hacer.
- ¿Cuál es su duda?
- Eh... Creo que está sobrefacturada...
-¿Qué otras cosas cree usted?
- ...creo que soy un buen tipo...
- ¿Qué más?
-... que no merezco ciertas cosas que me suceden...
-¿Cuáles?
- ... Mi mujer me engaña.
-¿En su casa?
- ...Ahhj, me parece que sí ...
-¿A qué se dedica su mujer?
- Es maestra doble turno, pero descubrí que está de licencia con goce de sueldo... nunca me dijo nada ...
-Sus dudas, entonces, están fundadas. Es su mujer quien gasta la luz. Kiiii... Valeria Altavista, ¿en qué puedo servirle?
-¡Mi mujer gasta la luz a mis espaldas! ¿Qué pueden hacer por mí?
-Cortar la luz mientras usted le da la espalda.
-Bien, bien... Bueno, corten la luz de ocho de la mañana a ocho de la noche, con excepción de feriados.
-Pedido ingresado. Reitero, corte de luz de ocho a ocho excepción feriados. ¿Confirma?
-Confirmo. Muchas gracias.

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Servicio al consumidor; by Vanesa Guerra, 1996
Metáforas del lunar conyugal; 2000

La comisura de la duda

La comisura de la duda

Durante media hora miró fijo el teléfono. Durante muchas medias horas, sin pausa, tomó el auricular y volvió a dejarlo en el mismo sitio.
Barajó todas las posibilidades: A) un contestador automático B) número equivocado C) ya no vive allí. D) encontrarla.
Luego, para A) pensó distintos mensajes: A1) el chistoso A2) uno serio, casi indiferente A3) uno afectivo, nunca meloso A4) uno imposible.
En caso que B) ocurriera, sería un feliz acierto para la esperanza, hija legítima de la postergación.
Pero si ocurría C): el horror, la tragedia, la búsqueda silenciosa y semblanteada ante los otros. Otros -lamentables- que ya no tendrían sus datos.
Más si D) sorprendía, el vértigo desorganizaría todo, de modo que escribió tres diálogos y medio, como guías de uso para no perderse en el abuso; y otros cuatro más con finalidades semejantes.
Los tres diálogos y medio sostenían -prolijamente- una izquierda poblada de indicaciones:
1) Alejar el tubo de la boca y de la nariz para que la respiración agitada no delatara la angustia.
2) Si la respiración y la taquicardia fueran o fuesen decididamente sonoras, debía tapar -apenas- el micrófono con índice y mayor de la mano libre.
3) Recordar constantemente que no estaba a la vista: a) la cara de pánico b) el sudor de las manos c) los masajes maxilofaciales d) las hojas dispuestas para leer e) la filita de cigarrillos que fumaría uno tras otro.
No obstante, en el ángulo superior derecho del escritorio, había una tarjeta que advertía: Nunca es tarde para abortar la empresa. Pero "Nuncatarde" perdía vigencia luego del último número digitado. Después ya era tarde, la empresa era inabortable y todo saldría mal.
Es que no dejaba de recordar ese malicioso aparatito que vio una tarde en la casa de un amigo y que sarcásticamente acusaba el número de donde provenía la llamada aún no atendida. ¡Y si ella también lo tenía?, y si ella lo tenía y veía quién llamaba y cortaba? No, no había posibilidades para tamaño riesgo; su psiquis no lo toleraría, así que: O llamaba y hablaba, o no llamaba y listo.
Se levantó de un salto y dio una vuelta, pero giró sobre sus pies y se sentó de nuevo: Hay que llamar, tengo que llamar.
Volvió a los diálogos. El primer diálogo se ajustaba a la posibilidad de que a ella le resultara indiferente la llamada y denotara en sus inflexiones un apuro de hastío y aburrimiento, algo así como… como que hincha pelotas, tu vida no me importa y nunca me acuerdo de tu existencia. Imaginaba una interlocución plagada de claro, claro, y más claro, cada vez con mayor frecuencia que se alejaba inequívocamente del micrófono y se perdía entre ruidos diversos de papeles, tipeos, ventanas que se abrían, tráfico, canillas, inodoros, cubiertos... Entonces, ante eso había que hacer uso de la contundencia: el motivo de mi llamado es... Pero nunca hubo, ni habrá, motivos contundentes, con lo cual había que echar mano a alguna excusa que nunca dejó de percibir como ridícula pero que era una excusa al fin. La problemática del diálogo 1 residía en que la ficha iba a saltar; seguramente saltaría porque la excusa era inverosímil, cualquier excusa lo sería, así que no había excusa para llamarla y por eso había dejado pasar tantos años excusándose con que no tenía excusas. Así que el diálogo 1 no era lo que se dice una guía de uso y de protección al usuario, más bien podría convertirse en algo ominoso que retornara desde el sitio más impensado.
El diálogo 1 no servía; sin embargo, era una posibilidad que aquello ocurriera; que ocurriera ¿qué?: la indiferencia versus la contundencia, y la contundencia como equivalente de la excusa y la ridiculez... Entonces sólo la habría llamado para decirle: el motivo de mi llamado es hacerte saber que soy La Estupidez, una entidad absoluta que borra nombre y sexo.
No, mal negocio, el peor de todos, el diálogo no era útil, aunque ciertas frases resultaran decorosas y hasta agradablemente sonoras. Sí, ésas las rescataría: tal vez pudiera trasladarlas en caso de emergencia a otro de los diálogos. Pero, en principio, el diálogo 1 se anulaba de plano, y si la indiferencia de ella llegaba por satélite hasta su propio corazón agitado lo mejor sería mandarla a la mierda y punto. Claro que mandarla a la mierda y punto era un franco sinónimo de hacer eco de los repetidos claro de ella y cortar sin ton ni son. O sea, otra máscara de la estupidez: disolución lenta, caída sin leyes de gravedad, algo soso, insulso, insípido, fláccido, claro-claro, bueno-bueno, chau-chau.
Que espantosa desilusión. ¡Que espantosa desilusión! ¿Qué se hace frente a la indiferencia de una mujer? Pues bien, la sorpresa, la agudeza del humor, la inteligencia irónica... y bajo esos parámetros escribió el diálogo 2 que abandonó por la mitad puesto que la angustia le impidió el más mínimo gesto de gracia sutil.
Distinto sería que ella atendiera exaltada de felicidad por el reencuentro y no parara de hacer chistes y gracias y ¡Aja! eso sería una señal exacta de su estruendoso nerviosismo que por algo sería. Pero en realidad, ella nunca reía ni hacía gracias y generalmente la recordaba seria y fruncida. Seguramente estaría más vieja y más fruncida y llamarla sería una pérdida de tiempo. Nunca es tarde para abortar la empresa... ¡Eso! (tercer diálogo) la llamaría teniendo en cuenta su valiosa pérdida de tiempo, imaginando un cachivache del otro lado de la línea por quien podría sentir hasta un poquito de pena, ubicándose entonces en un lugar de superioridad y bueno, cómo andan tus cosas pues que las mías van de maravilla...
Improbable, maléficamente incierto, ella nunca jamás será ese cachivache deseado, necesitado para no pensar en llamarla cada noche de sus días. En fin, el diálogo 3 no resistía el menor análisis. Pero tal vez pudiera usar un poquito de aquello en caso de patética estrangulación por un definido sentimiento de inferioridad.
El cuarto emergió con fuerza: ¿Cómo estás tanto tiempo? no te llamé antes porque estoy trabajando el Tractatus lógico-philosophicus de Ludwig Wittgenstein; a ver ¿cómo te explico?: Der Gegenstand ist einfach.
Nadie te preguntó nada, pocacosa...
Que pena, que pesar, que pesadumbre infinita escuchar su voz que maltrataba los sensibles recodos del alma. No, no la iba a llamar, no podría soportar esa herida; más vale abortar la empresa, ahora, en este instante. Pegó un salto y encendió el primer cigarrillo de la filita. Inmediatamente lo repuso con otro que quitó del atado y se volvió a sentar, tomó el teléfono y marcó los siete dígitos y creyó sentir que moriría de alguna forma si marcaba el último. Cortó. Se odió. Volvió a tomar el teléfono y lo puso sobre su oreja: Laa... No es sostenido, es un La... ¿La mayor? sí, nunca menor, no está especificado; luego dio tono de ocupado: La- La- La- La. Cortó. Volvió a levantar el tubo: La... ¿mayor? podría ser menor... no, no está especificado. Es La, La mayor porque no es sostenido. La-La-La-La. Cortó. Musitó: Laa... doremifasollaaaasi. Es La. Y levantó el tubo y marcó y ella atendió. Ahora tenía que hablar porque seguramente el aparatito acusaba rítmicamente su número y también su nombre y de hecho sus intenciones y fantasías más privadas; pero que estupidez, conociéndose debería haber llamado de un locutorio, y ahorrarse esa eternidad palpitante de sudores, contracciones, cigarrillos, lecturas, improvisaciones, etcétera, etcétera, y después de todo escuchar y confirmar ¡que había hablado! y no se había dado cuenta. Porque al final ella dijo: sí, a las nueve, chau, besitos... y cortó.
Nunca supo de qué hablaron, nunca pudo recordarlo, ni siquiera supo qué pasaría a las nueve, en qué lugar y si estaba invitado. Fue entonces cuando escribió los cuatro diálogos restantes donde barajaba las cuatro posibilidades de lo que podría haber ocurrido.
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La comisura de la duda, by Vanesa Guerra; 1998
Metáforas del lunar conyugal 2000


jueves, 24 de mayo de 2007

CHERCHEZ LA FEMME

Aún no estoy segura de contar qué sucedió, pero de todas formas creo que no podré ocultarlo demasiado tiempo. El punto de esta cuestión es que en realidad no sé qué es lo que sucede. Lo cierto es que días atrás caminaba con prisa por la vereda del Botánico y entre el apuro, el frío y la mente que avanzaría furiosa entre tantas ideas, tropecé y caí entera sobre las baldosas rotas. Dolor y vergüenza: eso fue lo que sentí. Mientras tanto pensaba que ya no había forma alguna de esconder el ridículo, puesto que no había podido zafar del tropiezo de manera atlética y aún estaba allí, desparramada como huevo fresco. Al levantar la vista supe que nadie se había percatado, que ninguna mirada brillaba picaresca o contenida por el bizarro respeto cultural. Entonces, pude sentir dolor. Rengueé hasta la esquina y al llegar al semáforo entré en duda: ¿En qué dirección debía cruzar? ¿Armenia o Santa Fe?... Comprendí en ese momento que había olvidado por completo hacia dónde iba. Lo tomé con calma, ¿para qué alarmarse? uno lleva propósitos tan estúpidos que, o los borra inmediatamente o no deja de recordarlos ; por otro lado ¿a quién no le ha sucedido eso de encontrarse sin saber quién es o qué hace en esta vida?Crucé la avenida. Caminé varias cuadras con la extraña sensación de transitar un laberinto. Digo extraña sensación, porque temía o presentía que podía pasar la vida entera caminando y recorriendo calles sin saber cuál era el destino. Estaba apurada, un autómata con prisa ¿iría hacia alguna parte? Miré la agenda. Apoyé el bolso en el umbral de un edificio y la agarré por el lomo: ¡Pero si no tenía idea en que día estábamos! y lo peor -porque eso sí que fue lo peor- es que ¡seguro! por ahorrar unos míseros centavos me había comprado esa agenda eterna o perpetua y lo que es más grave, y con espanto descubría, es que jamás me había tomado el trabajo de ponerle fecha a cada una de sus hojas. Esa agenda era sólo un conjunto de trescientos sesenta y cinco espacios en blanco, con meses tan en blanco como mi cabeza. Esa agenda era y es un garabato, porque yo no soy lo que se dice disciplinada, escribo donde se abra, o sea que no sé para qué miré la agenda; tal vez para reconocerme en ella como un garabato más. ¿Direcciones? Sí... Había cientos de direcciones y aunque ubicaba calles y barrios, jamás recordé una cara, una persona, un mísero gesto social. Quise tirar la agenda como todo aquello que no sirve en el momento en que debería servir. Sin embargo, me contuve por consideración a mi estado. Supuse que en algún momento debería ser útil, de lo contrario me resultaba realmente absurdo pensar que yo era capaz de cargar con semejante mamotreto lleno de papeles ilegibles y además tan pesado. La guardé en el bolso, por las dudas. Y por las dudas, tal vez por las mismas dudas que me llevaron a guardar la agenda, revisé con curiosidad el bolso en un largo ceremonial muy-muy sentadita en el cordón. Abrí el bolso de par en par en búsqueda de mi esencia: corpiño arrollado, estuche de cosméticos, anteojos de sol, billetera, atado de cigarrillos, libro de Pancho Vives, paquete envuelto en papel madera escrito por fuera en marcador negro: «Para Pablo». ¿PABLO? Iría a llevarle esto a Pablo, pensé. Me alegré de haber conservado la agenda. Busqué a Pablo en el índice. Había registrado en algún momento de mi vida a seis Pablos distintos. Calculo yo: distintos Pablos. Pablo de Salta, Pablo de Olivos, Pablo de Barracas, Pablo de Belgrano, Pablo de Palermo y Pablo del Río de quién sólo tenía el teléfono. Opciones: o Pablo se mudó muchas veces y no taché sus datos o debe haber muchos Pablos en este mundo para que yo haya registrado a tantos o me deben gustar los Pablos. Pero... ¿Por qué tanta prisa? ¿Por qué llevaba tanta prisa? Aún sentía el apuro o tal vez, era desesperación... o tal vez sólo era desesperación y jamás había tenido apuro y eso realmente complicaba las cosas. Tenía el paquete sobre las rodillas, era un paquete grande, no muy grande, pero del tamaño de un libro gordo. Lo inspeccioné durante un rato y bajo un impulso lo abrí.

Pablo miraba el reloj de oro con impaciencia y volvió a pedir un cortado en el silencioso bar. Pablo miraba por la ventana y después anotó un teléfono en una tarjeta blanca, dio unos golpecitos con la pluma y corrió el sobre de madera cuando el mozo cumplió con el pedido. Se miraron en complicidad, luego el hombre se fue y Pablo apenas lo siguió con la mirada. La tarjeta ya no estaba sobre la mesa.

Todavía no comprendo, pero se detuvo el tiempo cuando quité el envoltorio y descubrí entre mis manos una agenda de cuero con bordes dorados. Había un sobre entre las hojas y allí, muy guardado, un cheque a nombre de Salta S.A. por una suma de dinero francamente importante. La agenda no era nueva, estaba llena de inscripciones hasta el último día del año. Busqué en el índice y sentí el impacto cuando leí mi nombre: Natacha. Porque Natacha me dicen los íntimos, los muy íntimos, o al menos eso creo. Porque en ese momento los íntimos o los no íntimos me daban absolutamente igual, pertenecían a un grupo indiferente, a una masa anónima, un agujero negro que todo lo tragaba. Entonces, era probable que fuera apurada y era probable que algún Pablo en algún lugar que desconocía estuviera esperando ese paquete, que se suponía debía entregar. Si no era que muy por el contrario, yo hubiese robado de algún sitio ese paquete y mi apuro fuese simplemente huir. Me estremecí. ¿Y si debía huir? ¿y si alguien me estaba buscando y yo reposaba, imprudente, tan a la vista? Guardé todo en el bolso y comencé a caminar con un hilo de dolor en la pierna que ataba el ombligo con la rodilla. Mientras caminaba pensé en el corpiño. ¿Cuántos días tendría ese corpiño en el bolso? ¿Dónde me lo habría sacado? ¿Por qué ese día no llevaba corpiño si hacía frío? Estaba inquieta. Tal vez por el corpiño o tal vez por el cheque con el que podía comprarme el mejor piso de Buenos Aires. Después de un rato decidí llamar a todos los Pablos desde un teléfono público. Raro: abonado inexistente para cada uno. Estaba metida en algo. No había dudas. Presentí de inmediato un exceso de familiaridad en aquel barrio y comprendí, entonces, que estaba muy cerca de mi casa, una voz interna susurraba vagamente hacia donde ir, es por aquí, doblá, ese edificio, tomá el ascensor, bajate, la llave bajo el tapete... y abrí la puerta y la lucecita del contestador titilaba: Rojo-Rojo en la oscuridad. Cerré con llave, encendí la lámpara, me acerqué al aparato, lo accioné, chilló: «Señorita Natacha hablo de parte de Blopa S.A. su cita es a las diecinueve en Antígona, Santa Fe y Armenia». Anoté Antígona en el papel, luego anoté Blopa S.A. Consulté la agenda: Ningún Blopa S.A. Blopa-Blopa como un eco en mis oídos... era un mensaje de Pablo. Algún Pablo me estaba esperando en Antígona hacía una hora. Tomé nuevamente el bolso y fui para Antígona, estaba a pocas cuadras del departamento y del Botánico. Exactamente, frente al lugar en el que me caí. La situación no variaba; sin embargo, a medida que pasaban las horas me sentía cada vez más cómoda en mi cuerpo y en mi cabeza blanca; tenía la sensación de ser una perpetua turista de un sitio conocido pero sin contacto posible con la gente. En realidad, siempre había pensado que la gente era un estorbo y ahora me sentía libre, el deseo se realizaba, tal vez era bueno comenzar de cero y no recordar nada, tal vez mi vida había sido un cúmulo de pre ocupaciones y horrores y quizá debería aprovechar este gran momento, casi milagroso, porque por primera vez estaba todo en mis manos, todo dependía de mí, podía cambiar esa supuesta vida para siempre y elegir. Sí, realmente elegir, elegir con quien estar. Nada me ataba a nadie, era tan feliz de pronto... Sabía, que una vez que me deshiciera del paquete otra vida comenzaría, algo así como sacar los sesos de un pote de lavandina y ponerlos a funcionar de acuerdo a nuevas reglas, nuevas leyes, nuevos códigos. La vida era perfecta, sólo restaba mudarme y ser una nueva mujer. Mientras pensaba esto, me encontré en la puerta de Antígona ¿quién sería Pablo? No había mucha gente, el lugar era oscuro, así que decidí sentarme en una mesa y esperar. Tomaría un café.El mozo volvió al rato y mientras depositaba el pocillo humeante me miró sonriente y casi sin mover los labios dijo que el señor Pablo se encontraba impaciente por mi llegada, que tomara mi café, lo pagara, me fuera y olvidara por descuido el paquete en una de las sillas; del resto él se encargaría... «¿Más azúcar señorita?».. . No pude desconfiar, estaba todo arreglado. Tomé el café, llamé nuevamente al hombre, le pagué y con el vuelto que me dio todavía puedo comprarme miles de cafés de aquí al resto de mis días... «su vuelto... tranquilícese y váyase...» volvió a decir entre dientes. Tragué saliva. No era una confusión, no sé qué era, pero debía irme, así que tomé un trago de agua, guardé el dinero bajo las tenues luces amarillas, me puse la campera, agarré el bolso, olvidé el paquete y me fui. Las piernas me temblaban más que antes, pero pude levantarme y pude irme. Llegué al departamento pensando en armar unas valijas y huir, por las dudas, qué sé yo, por las dudas, huir... pero cuando abrí el placard no encontré bolsos, ni valijas, ni ropa, ni nada que pudiese pensar o sentir como objetos personales. Hubiese jurado que vivía ahí, pero por lo visto: no, era sólo un espejismo del recuerdo, extraño deja vú, mezcla de diosa y pantera, no lo sé, no era mi casa. Me poseyó nuevamente la desesperación en un abrir y cerrar cajones vacíos, todos tan vacíos como mi mente que sólo contenía un recuerdo: la historia del paquete, que no estaba vacío pero era igual. Corría por los dos ambientes simulacro de hogar tan desolado, de aquí para allá, del baño a la cocina, living-dormitorio, una pista, algo, nada. Di vuelta la habitación. De bajo de una almohada, que no tenía funda, encontré un sobre con más dinero. Creo que siempre quise tener dinero, es más, creo que siempre quise tener tanto dinero como el que había en ese sobre; lo que no sé, o al menos no estoy segura, es si quería tenerlo en estas condiciones. De todas formas, aún bajo el hechizo que me produjo este sobre forrado en cuero apenas más pequeño que el tamaño de una almohada, supe que debía huir y supe que -seguramente- estaba o estoy huyendo de algo o de alguien. Lo que no sé, es a quiénes les dirijo estas letras, si la verdad es que no conozco a una sola persona en este inmenso mundo. Quizá sea para los miles de fantasmas blanquecinos que me habitan ansiosos por un libreto o por palabras amistosas en esta extraña distancia del olvido. Lo único que tengo en claro es que la próxima parada que hará este micro es San Pablo. Curioso. Pero no voy a detenerme allí. Aún me dirijo al Norte.

Pablo llamó a Natacha toda la noche, le dejó varios mensajes; éste fue el último: “Mi amor, todo salió bien, te espero en Ezeiza; no olvides el sobre.”
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Cherchez la Femme by Vanesa Guerra 1991
Metáforas del lunar conyugal, 2000