sábado, 26 de mayo de 2007

Golpes

Golpes

Cuando la vi entrar con el ojo negro, sentí pudor.
Bajó la mirada sollozando y esquivé la imagen con la excusa de preparar algo, algo para que tome. Salí de la cocina y le di un jarro con café. Mara se había ocultado bajo unos anteojos de sol enormes; creo que ocultaba mi pudor, su tajo, el sexo y el goce.
De pibe espiaba a mi hermana, la observaba con la respiración contenida a través de la cerradura del baño. Recuerdo los movimientos, unos grititos ahogados; alguna vez sentí vergüenza y prometí no hacerlo más. Papá la golpeaba y a mamá también, eran rutinas. El viejo, el olor a tinto, la panza, su enojo, las manos gordas y ásperas. Era evidente que Mara buscaría un tipo parecido, lo supe siempre, lo esperé, lo decía la abuela en italiano, a la noche, como un presagio, como una maldición que había caído sobre la familia. Un buen día papá se fue, mamá retomó la docencia en la escuela veintitrés y Mara se dedicó al baile. Traía plata, yo me acuerdo, no era mucha, pero era importante. Al tiempo empezaron las giras y yo recortaba del semanario algunas notas donde se la nombraba, pero siempre fue una más y nunca comenté con mis amigos que Mara aparecía de vez en cuando en los semanarios; nadie preguntaba nada y yo no decía nada, tampoco.En el barrio todos conocían todo, todo lo que había que saber.
Mara dejó de venir a casa, de caer a cualquier hora en autos distintos, de mostrar sus tacones y piernas flacas en pleno invierno.
Se había mudado a la capital, al centro, y andaba en taxi y mandaba algo de plata y ayudaba a mamá con los remedios de la abuela.
Cuando la abuela murió, Mara no vino al velorio, dijo que no podía porque tenía un compromiso; mamá lloraba y no había forma de consolarla. Mara no tenía un compromiso, lo supe después, cuando la vi lastimada y marcada a golpes.
Mamá no dice nada. Nunca le dice nada, y yo la veo y entiendo; pero no sé qué decir.
Cuando la vi entrar con el ojo negro, pensé en el tipo, pensé que después del golpe se la habría tirado, pensé que debe ser extraño tirarse a una mujer ensangrentada y sollozando, pensé que debe ser que ella quiere que se la tiren así, que goza ahí, en el piso, que pide desde el piso entre la furia y el recuerdo del viejo.
Bebí un poco de su café. Mara se levantó y se metió en el baño y dejó unas manchitas de sangre en el sillón, trabó con llave y volví a recordar los movimientos, los grititos; terminé su café y le golpeé con fuerza la puerta.
Una noche, me desperté y vi al viejo en la cama de Mara. Mamá estaba en San Nicolás, con la abuela, y yo tenía miedo de respirar pero quería ver, pero tenía miedo y papá miraba hacia mi cama como si viera mis ojos abiertos, como si me ofreciera la escena y le tapaba la boca a Mara y miraba agitado advirtiéndome que era capaz de tapármela a mí. Pero yo quería ver y entrecerré los ojos y no respiré durante mucho tiempo.
Después, Mara lloraba y yo me metí en su cama. La abracé. Mara acariciaba mi cabeza y nos dormimos con el sol. Nadie se enteró de aquello, de todos modos, al poco tiempo papá se fue.
Volví a golpear la puerta, y me acordé que el viejo encerrado en el cuarto con mamá, gritaba que me fuera al patio, que no lo joda porque me iba a poner pupilo por marica, y yo le pateaba la puerta y le juré que lo iba a matar porque a la vieja no se la toca, o tal vez sí y la abuela me arrastró al patio y me abrazó tan fuerte que me hizo daño.
Cuando la vi entrar con el ojo negro, pensé en mamá; en mamá que ponía la cara, en mamá que le abría las piernas.
¡Abrime Mara! -grité. Y tuve miedo, porque ya no sabía cuanto tiempo había pasado y Mara no contestaba y yo no sabía qué hacer y amenacé con derribar la puerta. Mara salió con su ojo negro, bien negro e hinchado y con un hilo de sangre entre las piernas que babeaba desde su sexo.
Mara desnuda, Mara niña que llora, Mara que suplica que le pegue, que le pegue hasta olvidar.
La tomé en brazos y mientras golpeaba sin fuerza mi espalda, entendí que el gesto de amor que Mara pedía, borraría de su vida todos los golpes; Mara gritaba en mi cara y se fregaba contra mi cuerpo toda su historia y yo recordaba los grititos y mi promesa y los tacones y al viejo y a sus putas y quise pegarle, decidí pegarle; pero no pude.
___
Golpes,
by Vanesa Guerra, 1996
Metáforas del lunar conyugal, 2000

No hay comentarios: